José Cadalso – NOCHES LÚGUBRES

Las lúgubres noches cadalsianas se sitúan en el ámbito prerromántico de la poesía de sepulcros que tan buenos éxitos, desde el primer tercio del siglo XVIII, estaba cosechando en Inglaterra. Son los llamados Graveyard Poets, poetas de cementerio, caracterizados por sus meditaciones melancólicas sobre la mortalidad, los “cráneos y los ataúdes, los epitafios y los gusanos” en el contexto del cementerio. A esto se le añadió, por los epígonos del movimiento, un sentimiento por lo sublime y lo misterioso, y un interés en formas poéticas inglesas antiguas y la poesía popular. A menudo son considerados precursores del género gótico. Y aunque Cadalso (no deja de ser un ilustrado con tendencias racionalizadoras) evita cuidadosamente toda incidencia en los dominios de lo sobrenatural, consigue en esta breve e inacabada obra, acumular todos los elementos de terror ornamental y esa complacencia en lo macabro, que más tarde prodigaron los románticos y la narrativa gótica. No en vano, los términos oscuridad, silencio, incertidumbre, angustia,… repetidos con profusión en la literatura de mazmorras, castillos derruidos, espectros, inquisidores lascivos y sombríos monjes, son herederos de la prosa cadalsiana.

Las Noches lúgubres tuvieron un enorme éxito durante la primera mitad del siglo XIX, ya que se han contabilizado unas 22 ediciones (aparte traducciones) entre 1798 y 1850.
Las «Noches» son tres, en forma aparente de diálogo, aunque predominan los parlamentos o soliloquios del protagonista, Tediato. Todas empiezan con un monólogo de Tediato y terminan con reflexiones del mismo protagonista en respuesta a Lorenzo.
En la primera, el propósito del protagonista, Tediato, es un acto sacrílego: exhumar el cadáver de su amada, profanando el templo, para llevárselo a su domicilio y suicidarse posteriormente incendiando la casa. Compra la colaboración del sepulturero, Lorenzo, quien obra así movido por la necesidad. La llegada del sol les impide culminar el proyecto, que aplazan para una nueva noche.
En la segunda noche, al llegar al templo, se le acerca arrastrándose un desconocido al que han herido mortalmente, muriendo al poco tiempo asido de su pierna. Debido a esto, Tediato es considerado el autor del delito y conducido a la cárcel para ser ajusticiado. Queda libre en cuanto se descubre al verdadero culpable, y trata de proseguir en su empeño aún cuando sólo queda una hora de oscuridad. A la entrada del templo no encuentra más que a un niño, el hijo del sepulturero Lorenzo quien, antes de conducirle hasta su casa, le refiere la desventura de su familia: acaban de morir su madre, un hermano y su abuelo, además de encontrarse otros tres hermanos en grave estado y haberse fugado su hija de casa.
La tercera, en fin, ve a Tediato acompañado del sepulturero, que también ha tomado conciencia de su desgracia, dispuesto a llevar a cabo su propósito.
Se supone que Cadalso escribió el diálogo Noches lúgubres como desahogo al morir Filis, objeto de su pasión, quien, según una tradición bien establecida fue la actriz María Ignacia Ibáñez (1745-1771). Se llegó, incluso, a especular que el propio Cadalso era un profanador de tumbas, llegando a desenterrar el cadáver de su amada Ignacia.
La leyenda cadalsiana sobre el desatinado propósito del poeta de desenterrar el cadáver de su amada tiene su punto de partida en una famosa carta, de 1791, firmada con las letras «M.A.», que apareció en la edición de 1822 y en alguna otra posterior, en la que se cuenta lo que el título dice explícitamente: «Carta de un amigo de Cadalso sobre la exhumación clandestina del cadáver de la actriz María Ignacia Ibáñez».
En ella se dice que la enfermedad de su amada la llevó a «que al tercer día de cama expirase en los brazos de su amante» quien resultó tan perturbado, «que casi terminó en demencia». Cadalso no se apartaba de la losa que cubría a la muerta, dice el texto, hasta que «últimamente paró su violento dolor en la extravagancia de desenterrar el cadáver». Por la vigilancia de espías puestos por el conde de Aranda «no pudo el infeliz enamorado llevar a efecto su intento».