Anatole France – EL OLMO DEL PASEO (HISTORIA CONTEMPORÁNEA I)

Es la Historia Contemporánea compuesta de cuatro novelas (El Olmo del Paseo, El Maniquí de mimbre, El Anillo de Amatista y El señor Bergeret en París), colorida representación de la sociedad francesa contemporánea del affaire Dreyfus. Por lo que piensa el señor Bergeret, personaje central, sabemos cual es el pensamiento de France, porque nunca el novelista se identificó tanto con ninguna de sus creaciones como con esta.
La Historia Contemporánea es una novela de costumbres, una novela política y una novela satírica. El cuadro es viviente, animado por numerosas figuras cuya verdad no es disminuida, antes por el contrario destacada, por la nota caricaturesca, llevada por momentos, aunque con discreción, hasta lo grotesco. Según su costumbre, el autor desarrolla la acción con libre desenvoltura, sin ningún plan visible, a través de las más diversas escenas y peripecias serias y cómicas, trascendentes y triviales, enlazando y desenlazando de mil maneras los hilos de la intriga, que tejen con sus manos enguantadas las heroínas de la novela, todas empeñadas, por razones no santas, en hacer un obispo. La frivolidad del asunto es aparente. La tranquilidad sonriente con que el titiritero mueve sus fantoches en el tablado de la vanidad, de la ambición, de la hipocresía, del vicio, del lucro y del goce, no debe engañarnos respecto del desdén que ellos le inspiran. Forman la caterva que se entremezcla, choca y empuja sobre el tablado, aristócratas imbéciles, curas intrigantes, militares brutales, hombres de presa, burgueses advenedizos, políticos sin conciencia, judíos descastados, y toda la hez de la alta sociedad: vividores, caballeros tahúres, profesionales del juego, mujercitas adúlteras.
Por boca de Bergeret, filósofo apacible y escéptico, pero dialéctico diestro y mordaz, ataca France todos los intereses, instituciones e ideas que aquéllos representan y defienden: el militarismo, el fetichismo católico, la política rapaz y solapada, la ingerencia de la alta banca en los negocios públicos, las empresas coloniales, las leyes bárbaras, la justicia prevaricadora : y en lo moral : el honor de los tahúres y rufianes, el nacionalismo fanático y agresivo, la ceguera del populacho, la hipocresía de los adinerados, el rebajamiento del carácter. Por cierto, en el señor Bergeret la reverencia hacia las instituciones consagradas por la tradición y hacia las costumbres universalmente aceptadas, no es el sentimiento dominante.
Aunque en la Historia Contemporáneo prepondera el elemento crítico, no todo en ella es negación. También contiene radicales afirmaciones, principalmente en el tomo que cierra la serie: El señor Bergeret en París. Es natural que el filósofo, acostumbrado a examinar y disociar todas las ideas, no se forje ilusiones desmedidas. No ha olvidado, y lo repite, que «todos los progresos son inseguros y lentos» y que «el avance hacia un mejor orden de cosas es indeciso y confuso»; pero ahora es optimista, tiene fe en el lejano porvenir y cree que la injusticia, la violencia y la explotación, a la larga serán vencidas. El sofista que dudaba de si la verdad tiene caracteres de superioridad sobre la mentira, los cuales puedan asegurarle el triunfo, deja paso en breve tiempo al luchador que afirma que ante la idea de justicia tarde o temprano toda iniquidad cede y se desploma. Es decir, se convierte también él a la fe sencilla que Zola expresó en la memorable frase: «La verdad está en marcha y nadie la detendrá». El milagro de la conversión del escéptico cuya intrepidez era minada por el vicio de reflexionar demasiado lo cumple la evidencia de la monstruosa iniquidad que significó el asunto Dreyfus. Frente a aquella inverosímil organización de la violencia y del engaño, Bergeret (o France) ya sin vacilar más tiempo ocupa su puesto de batalla junto con los hombres de buena voluntad. Él también quiere contribuir a edificar la nueva república en donde cada uno reciba el fruto de su trabajo, todo sea de todos, no haya explotación ni opresión y sí intercambio de bienes. Él también quiere preparar el porvenir combatiendo todas las tiranías e inspirando a los pueblos el odio de la guerra y el amor del género humano. Prudentemente se pone a si mismo en guardia contra las profecías, y no obstante anuncia y describe a su hija la futura república colectivista, la Ciudad nueva, donde a los males inevitables que son la consecuencia de nuestra condición humana, no se añadirán como ahora los males artificiales que derivan de la condición social. En ese elocuente discurso a su hija, su fe y su optimismo se van gradualmente encendiendo a medida que habla, hasta que llamean en esta afirmación: «No, yo no construyo en Utopía, Mi ensueño, que no me pertenece y que es en este momento el ensueño de mil y mil almas, es verdadero y profético». Así la Historia Contemporánea que comenzó siendo un ejercicio dialéctico, un cuadro de costumbres y una sátira social, concluyó en un libro polémico y de afirmación.
Su publicación coincide con el período más intenso de la actividad política de France, quien había ingresado en el partido socialista. Esa actividad, durante los años que corren de 1897 a 1906, ha quedado documentado en cuarenta y seis discursos, alocuciones y cartas reunidas en el libro que se titula Vers les Temps meilleurs. Cuesta trabajo a veces reconocer en ellas al literato descreído y sofista de antaño; uno duda si quien habla ante auditorios de obreros con fe tan simple y robusta, con acento tan sencillo, es el elegante cincelador de las paradojas de Jerónimo Coignard.
Extraído de Roberto Giusti, Anatole France, el aspecto social de su obra, Ediciones Selectas América, Buenos Aires, 1920.


EL OLMO DEL PASEO

La obra, escrita en 1897, contiene muchas tramas secundarias, pero el eje central de la misma lo constituye la relación que se entabla entre el catedrático de literatura latina de la Facultad de Letras Luciano Bergeret y el rector del seminario Lantaigne. Estos dos hombres, siempre que pueden conversan en un paseo, a la sombra de los olmos. Ambos personajes compadrean pero son de opiniones contrarias. Bergeret pretende penetrar en el alma del rector del seminario, hombre inteligente y piadoso. En realidad Lantaigne es una especie de prolongación del propio Bergeret, como portavoz de ideas que el mismo catedrático no desea expresar personalmente.
El decano de la facultad y el cardenal-arzobispo no ven con buenos ojos esta amistad. Pero los dos amigos no le dan importancia.
En una aburrida ciudad provinciana, para Bergeret no hay otra distracción que sus estudios clásicos y las tertulias en el rincón de la librería Paillot. En ese "rincón de pergaminos y pastas viejas" hay tres sillas, a las que llaman "académicas", cuyo asiento está reservado para el profesor Bergeret, Mazure (archivero municipal) y el señor Terremondre, presidente de la Sociedad de Agricultura y Arqueología.
En la narración aparecen también diferentes tipos de la sociedad francesa del momento: un judío francmasón, Worms-Clavelin; Noemi, su mujer, coleccionista de antigüedades eclesiásticas, piezas que se las busca el padre Guitrel, maestro de elocuencia sagrada en el seminario; el general Cartier de Chalmot, contrario a la República, su mujer Paulina y el cardenal-arzobispo, monseñor Carlot.



ENLACE 1                               ENLACE 2